jueves, 30 de julio de 2009

¡Puta casualidad del destino!

Entreabrí los ojos y examiné lo que me rodeaba; no estaba en mi habitación. Pasé la mirada a mi alrededor y entonces lo vi, entonces lo recordé todo. Ahí estaba él, durmiendo plácidamente, con una carita de felicidad y de niño bueno que me hizo sonreír. Me sonrojé al pensar en lo que había pasado la noche anterior. No sé si él lo recordará como algo relevante, ya que tenía mucha más experiencia que yo, pero no importaba, ya que estaba segura de que me quería. Sí, Marcos me quería mucho. Nos habíamos conocido hacía algunos meses por Internet y desde hacía varias semanas quedábamos continuamente.
Por aquél entonces, yo tenía 16 años y él 19. Era universitario; estudiaba filosofía. Tenía un espacioso piso en el centro del Barcelona, que sus padres(forrados hasta la médula) mantenían desde Galicia, su tierra natal. ¡Era un partidazo! Además de lo material, Marcos también era una bellísima persona. Me puse a pensar en esos detalles y me sentí muy afortunada.
De repente, me percaté de que la fiesta continuaba en el piso de arriba; parecía que los vecinos se lo llevaban pasando en grande desde las 12 de la noche. Eso me recordó que mi madre también se había ido de fiesta y que me dijo que pasaría la noche fuera, pero yo debía estar en casa antes de que ella llegara… Me apresuré a levantarme a buscar mi móvil para saber qué hora era y si tenía alguna llamada perdida, pero por el camino tropecé con mis pantalones (que no sé qué hacían por ahí tirados) y me pegué un porrazo contra el suelo de los que hacen historia. Con el alboroto, Marcos se despertó sobresaltado:
-¿Qué pasa? –dijo aturdido.
Lo miré con cara de circunstancia desde allí abajo (sí, sí; seguía en el suelo) y él soltó una carcajada.
-¡Pero mira que eres torpe!
-No te metas conmigo, que me he hecho polvo la rodilla… ¿Qué hora es?
Echó un vistazo a su reloj de muñeca, hasta ese momento no me había percatado de que era un Rólex… ¡Por Dios, tenía más pasta de la que creía!
-Tranquila, aún son las ocho y media… Puedes volver a la cama –me tranquilizó con voz sugerente- …si consigues levantarte sin romperte nada.
Le tiré un zapato que encontré debajo de la cama pero no logré darle en la cabeza… Ambos soltamos una carcajada.
De un saltó me metí en la cama y él me abrazó. Me sentía tan bien…
Después de un par de horas dando vueltas entre sábanas y almohadas decidí que había llegado el momento de hacer un pensamiento. Marcos me acompañó al aseo y me ayudó a localizar todo lo que pudiera necesitar antes, durante y después de la ducha. Veinte minutos de reloj me bastaron para arreglarme por completo; por supuesto que no me apetecía irme, pero no deseaba preocupar a mi adorada mami. Así que, sin más dilación me despedí de mi “amiguito”, que, muy caballerosamente, procedió a abrirme la puerta.
-Luego te llamo, peque.
Se cerró la puerta.
Entonces ocurrió el meollo del asunto; un cruel chiste que me contaba el destino y yo me negaba a reírle. Oí a alguien -una señora, advertí por el taconeo- procedente de la macro fiesta del quinto cerrar una puerta, entre carcajadas, de un portazo y bajar por las escaleras. Solté una sonrisita morbosa en plan “Yo no me voy de aquí hasta ver el pelotazo que lleva la persona ésta” que se apagó por completo, al percatarme de la figura que asomaba a cuatro escalones de mi posición, y convirtió mi boca en una “o” perfecta.
Una mujer rubia me miraba con los ojos como platos; tan sorprendida como yo.
-¡Mama!
-… ¿Lara?
Me cagué en Buda. ¿No es lo suficientemente grande Cataluña como para que me encuentre a mi madre allí, en el último sitio donde esperaba encontrarla? …Claro que ella, mucho menos a mí.
-Ostia puta, nena… ¿Qué haces aquí? ¿No deberías de estar en casa? ¡Vamos, no me digas que has venido a buscarme, porque ya soy mayorcita y te prohíbo que vengas a montarme un numerito! ¡Me estoy donde me dé la gana hasta la hora que quiera!
Coño… Lo estaba sacando todo totalmente de contexto… ¿Se cabrearía más si le contaba la verdad?
-¡Que no, mama, coño! ¿Me vas a dejar explicarme o qué?
-…coño con la niña de los cojones…
-¡Mama, joder! ¿Te crees el centro del universo? ¡Pues ya me ha ido bien, ya, que te piraras de farra! A ver… Vaya cagada por mi parte… Como no me dejas quedarme a sobar fuera, pues he aprovechado que no estabas para quedarme a dormir…
-¡En casa de una amiga! Y voy yo y me lo creo…
-Que no, coño, que no… A ver… ¿Sabes Marcos, el chico del que te he hablado a veces? El que me ayudó a aprobar el examen de lógica… Pues, da la casualidad de que vive en este bloque…
-Ya… ¿Pretendes que me crea que has pasado la noche con un chico? ¡Lara, por favor, que te conozco! No eres capaz…
Eso ya era el colmo… Mi madre dudaba por completo de mi capacidad de tirarme a un tío… Lo más triste es que no se equivocaba… Bueno, no se hubiera equivocado hacía unas doce horitas; ahora yo era una persona nueva.
-¡Uy, qué poco me conoces…! ¿Le picamos y se lo preguntamos?
-Venga, no hagas más el imbécil y vamos a casa, nos lleva un amigo… Ya hablaremos más tarde.
-¡Qué fuerte!
Me giré y piqué al timbre del tercero repetidas veces. Ante la anonadada expresión de mi progenitora abrió la puerta un chico con una toalla anudada a la cintura que dejaba ver un cuerpazo de escándalo; "Mi chico…" pensé orgullosamente.
-Mama… Te presento a Marcos.
Sonreí, triunfal.
La escultura con cara de desconcierto que se apoyaba contra el marco de la puerta abrió la boca:
-Pero… Pero, ¿qué está pasando aquí?
Mi madre saltó torpemente los escalones que la separaban de Marcos y le dio dos sonoros besos.
-Uy, encantada, guapo… No veas con los amigos de mi niña… Está claro que ha salido a su madre.
Emití un extremadamente exagerado carraspeo.
-¿Decías…?
-No veas, Lara, perdona… Joder, hija, qué fallo.
-¿Me va a explicar alguien qué ocurre aquí o qué? –pobrecito mi niño…
-Pues, al fin y al cabo, parece que el alma de la fiesta de tu vecino ha sido la señora que me tenía que pillar en casa cuando llegara de resaca.
-…Joder, lo que son las cosas…
En ese momento advertí que mi señora mamá no le había quitado las manos de encima a Marcos; le había gustado, y al instante supe que tendría que pelear duro para que no me lo quitara... Hoy en día las maduritas tienen más peligro que una caja de bombas.